Las cotorras no son originarias de nuestro país, pero me encantan. Me dijeron que imitan todo lo que la gente dice.
El hototogisu, la polla de agua y la agachadiza; el estornino, el pinzón y el papamoscas. Dicen que cuando el faisán llora por su compañera, se consuela si uno coloca un espejo ante él; una creencia sumamente conmovedora. ¡Qué tristeza han de sentir estos pájaros al estar separados por un desfiladero o un barranco!
Si me decidiera a escribir todos mis pensamientos sobre la grulla, quedaría agotada. Qué magnifico cuando este pájaro suelta su grito que alcanza el cielo.
El gorrión de cabeza roja, el piñonero, el reyezuelo.
La garza es un pájaro de feo aspecto con una expresión todavía más desagradable en sus ojos. Pero si bien no hay nada que destacar en ella, me consuela pensar que no anida sola en el bosque de Yurugi.
El pájaro que canta “hayako, hayako”.
Entre las aves acuáticas está el pato mandarín que tanto me emociona. Qué delicia pensar que el macho y su compañera se turnan para limpiarse de escarcha las alas uno al otro.
La gaviota. El chorlito, ay, que ha perdido a su compañera.
El lejano canto de los gansos salvajes es un sonido conmovedor.
Es grato imaginar un pato salvaje quitándose la nieve de las alas.
Los poetas han ensalzado al uguisu asegurando que es un ave esplendida, y por cierto lo es, pues tanto su voz como su apariencia son elegantes y hermosas. ¡Lástima que no cante en el Noveno Recinto del Palacio! La primera vez que oí a alguien decir esto, pensé que exageraba; pero ahora que he servido por más de diez años en el Palacio, a pesar de haber oído decirlo muchas veces, nunca he escuchado su canto. Ciertamente que los bambúes y los ciruelos en los jardines del Palacio deberían atraerlo. Sin embargo, ninguno se acerca, mientras fuera de Palacio, en el indigno ciruelo de la casa de algún plebeyo, se lo escucha trinar alegremente.
Por la noche el uguisu calla. Obviamente le gusta dormir, y no hay nada que podamos hacer sobre esto.
En verano y en otoño la voz del uguisu se vuelve chirriante. Entonces la gente le cambia el nombre por “comedor de insectos” o algo por el estilo, lo cual me suena inapropiado y desagradable. No me molestaría si se tratara de un pájaro común como el gorrión, pero es el magnifico uguisu, cuyo canto durante la primavera ha llevado a los escritores a elogiar esa estación tanto en prosa como en verso. Sería espléndido que cantara solamente en primavera, pero no me parece correcto menospreciarlo porque su voz se deteriore durante el resto de las estaciones. Después de todo ¿despreciaríamos a hombres y mujeres por estar devastados por la edad? Hay ciertas aves, como el milano y el cuervo, que nadie considera y que no merecen siquiera la crítica; pero es precisamente porque el uguisu es tenido en alta consideración que la gente le busca defectos siempre que puede.
Recuerdo que en una ocasión en que habíamos decidido ver el regreso de la procesión del Sacerdote Principal del Festival de Kamo, ordenamos a los criados detener los carruajes frente a los templos de Urin y Chisoko, y fue entonces cuando un hototogisu comenzó a cantar, como no queriendo estar ausente en este día festivo. Otro comenzó a cantar al unísono, imitando perfectamente su voz. Me sorprendió esa música tan deliciosa que los pájaros podían producir cantando juntos en lo alto de los árboles.
Tras haber elogiado tanto al uguisu, ¿qué podría argumentar? Que es una alegría escuchar al hototogisu en el Quinto Mes, que parece anunciar triunfante “Mi estación ha llegado”. Los poetas lo describen oculto entre el u no hana y el naranjo, y tiene algo atractivo esta imagen de un ave medio escondida entre las flores a tal punto que se siente envidia. Durante las cortas noches de verano de la estación lluviosa, a veces una se despierta y se queda en la cama deseando ser la primera persona que oiga al hototogisu. Inesperadamente en la oscuridad su canto rompe el silencio; una se encanta, casi intoxicada. Pero, lamentablemente, cuando llega el sexto mes, el hototogisu se calla. No necesito decir más sobre mis sentimientos por este pájaro. Y no es solamente al hototogisu al que amo; todo lo que llora de noche me deleita, excepto los bebés.
Tomado de El libro de la almohada. Trad. Amalia Sato.

Su descripción de las cosas que le desagradan es deliciosa
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